El Dios que mira mal
«Entonces el siervo le dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, fui y escondí en tierra tu talento». (Mt 25, 24)
Ese miedo al castigo, a la muerte eterna, a la condenación… ¡Ay! Palabras que parecen de otra época, que hoy se nos atragantan un poco. Es verdad que muchas veces nos sabemos limitados. Es verdad que a ratos nos pesa con incertidumbre el sentir que podríamos hacer más, construir más, amar más, vivir mejor… pero no deberíamos sentir que Dios está ahí reprochándonos o preparando su venganza. En todo caso está ahí esperándonos, siempre, con los brazos abiertos y el corazón herido. Porque, ¿de veras se trata de vivir bajo la sombra de una ley impuesta? ¿Es el miedo un motor para nuestra fe? ¿Es que Dios es un amarga-fiestas, un castra-vidas, un pepito grillo incómodo y molestón? Pues vaya panorama No. Dios es el que quiere lo mejor para su mundo… y sólo desde esa perspectiva nuestro amor será respuesta, nuestra entrega donación y nuestra fe será abrazo.
¿Soy de los que siempre percibo lo de Dios como la opción aburrida, triste, impuesta?
¿Pienso en Dios antes como padre o como juez?
Yo para qué nací
¿Yo para qué nací? Para salvarme.
Que tengo de morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme,
Triste cosa será, pero posible.
¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
Fray Pedro de los Reyes
