Palabras que a veces sobran
«El pecado de su boca son las palabras que pronuncian: queden prendidos en su insolencia, por las mentiras y maldiciones que profieren.» (Sal 59,13)
Hay muchas palabras que sería mejor callar, porque sólo hacen ruido, porque estorban o porque dejan el mundo, y mi mundo, peor que antes de que se dijeran.
Vacías son las palabras que hieren sin necesidad; las palabras que insultan sin motivo; las palabras de queja cuando ni siquiera ayudan a desahogarse, sino sólo a agrandar los problemas; vacías son las palabras que digo por quedar bien, sin necesidad; las palabras que enturbian relaciones; las palabras que atacan sin deseo de construir; las palabras que uno dice por el gusto de oírse a sí mismo, no para comunicar algo.
¿Hay palabras sobrantes en tu día a día? ¿Palabras injustas, hirientes, no pensadas?
Callémonos un rato.
Hemos hablado mucho, compatriotas,
¿por qué no nos callamos
para que las palabras se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz,
cajas de pino y escobas,
duraznos y manteles?
Hacemos mucho ruido
y repetimos la palabra muerte
hasta que la matamos.
Decimos mucho corazón
y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río,
no su nombre.
Lo que interesa es pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina.
El mar es bello porque es mar
y no porque lo cantan los poetas,
y existirían piñas
aunque no se llamaran como se llaman.
Bajo la tierra crece la semilla
porque el surco no habla
ni le pone adjetivos a la espiga.
Un hombre que se calla largamente
se convierte en camino,
y si guarda silencio su mujer
puede volverse viaje.
Callémonos un rato,
al menos para ver qué le sucede
a la palabra uva.
Es posible que crezca y se derrame
hasta llenar el mundo de dulzura
y cascadas de vino.
Carlos Castro Saavedra