Palabras llenas

«Que te agraden las palabras de mi boca, acepta mi meditación, ¡Señor, Roca mía, Redentor mío!» (Sal 19,15)

 No se trata de estar siempre diciendo cosas transcendentes y sublimes. Sería un tostón. Muchas veces basta el charlar, la palabra jovial, la conversación cordial compartiendo lo cotidiano, las anécdotas, la vida. Con todo, en algunos momentos es importante el expresar lo más hondo, lo más auténtico.  A veces son palabras, y otras silencios llenos de voz. A veces prosa, y otras canto. Son  expresiones que, cuando se dicen, construyen algo nuevo y bueno. La expresión de cariño que alguien anhela oír. La broma que suena como agua fresca. La petición de perdón que el orgullo o la vergüenza no llega a paralizar.  La palabra de ánimo que ayuda a quien está en un mal momento. La palabra comprometida que afirma lo que uno cree, aunque suponga conflicto o dificultad. El silencio que escucha con verdadero interés. El consejo meditado que busca ante todo el bien del otro.

¿Das valor a tus palabras? ¿Escuchas con atención y respeto lo que otros tienen que decir?

En el principio

 

Si he perdido la vida,
el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra. 

Si he sufrido la sed,
el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra. 

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

 

Blas de Otero 

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