
La realidad
«Así que, eliminando la mentira, decíos la verdad unos a otros, pues somos por igual miembros» (Ef 4,25)
Vestirse de sayal y cubrirse de ceniza sería la otra cara de esa moneda. Como quien se quita el maquillaje frente a un espejo, para encontrarse con la piel desnuda. Como quien se va despojando de capas o ropas y va quedando desprotegido. En este tiempo de ceniza insistimos en poder ver nuestra verdad sin adornos. No se trata de mortificarme, o de decir: “no valgo nada”. Eso sería ridículo, y falso. Es intentar verlo todo, lo bueno y lo malo. Mirarme, y saber quién soy. Aceptar la limitación, reconocer el talento y el error. Descubrir las grietas, para ver si hay que hacer algo con ellas. Confiar en ese Dios que me conoce mejor que yo mismo. Y poder compartir este ser mío con otros.
¿Cuál es mi verdad, ante Dios, ante mí mismo, ante los otros?
¿En quién confío?
NO TE HE NEGADO
Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.
Fiel, fiel..., es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.
Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.
No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.
Pedro Casaldáliga.