La ficción
«Aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan» (Prov 30,8)
Algo de esto tiene el carnaval. Es una especie de apoteosis del sueño, de la quimera, del espejismo. En carnaval no hay más que la fachada que uno quiere mostrar. El estruendo tapa todos los matices Es una curiosa metáfora de cómo a veces puedo vivir. Me disfrazo de fuerte, cuando me sé vulnerable. Aparento ser duro aunque esté quebrado por dentro. La palabra cortés me evita hablar a fondo. Oculto los ratos muertos, las inquietudes cotidianas, las desazones o las heridas. O enmascaro los miedos con proyectos inacabables. Supongo que a veces uno tiene derecho a ser prudente en lo que muestra y lo que no. Pero es importante abrir puertas, cuantas más mejor, para poder compartir toda esa vida que va por dentro.
¿Qué cosas no dejo ver nunca? ¿Es prudencia, es opción, es rutina o inercia?
¿Hay máscaras en mi vida?
¿Quién me conoce en verdad?
El hombre imaginario
El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario.
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios.
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios.
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario.
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.
Nicanor Parra