La tiranía de la agenda
«A ti, Señor, te invoco. Roca mía, no te me hagas el sordo; que si te me callas, seré uno de tantos como bajan a la fosa» (Salmo 28)
La tiranía de la agenda se me impone cuando me encuentro mirando el reloj para poder ajustar con precisión siete citas, cuando dar un paseo me parece estar desaprovechando el tiempo, cuando lo urgente se come a lo importante, cuando las tareas me impiden dedicar tiempo a las personas, cuando Dios no consigue entrar ni con calzador en mis días apretados –y a base de darle por supuesto lo olvido un poco–. Cuando los post-it (notas con mil recordatorios) van invadiendo con determinación implacable la mesa, la puerta de la habitación y hasta el espejo del baño… Y entonces me siento bastante fastidiado y un poco solo.
¿Me descubro a veces saltando de una cosa a otra, sin tiempo para pensar, para rezar, para parar?
¿Quién lleva las riendas en mi vida?
Ven hacia mí
Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.
Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.
Ven hacia mí. La tierra toda oscila,
se mueve, cruje. Vístete. Despierta.
Oh, qué encendida el alma
en su secreto puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del día,
mi voz te llama.
El eco. La respuesta.
(Carlos Bousoño)
