No se trata de ser mediocres
«Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero; y encima se apoyan en el Señor diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros?» (Miq 2, 11)
Que ahí está la trampa: justificar, en nombre de la debilidad tan humana, el vivir un poco a medias. No somos perfectos, y jamás lo seremos. Somos limitados, pecadores y muy frágiles.
Pero eso no ha de convertirse en un canto la mediocridad o a la tibieza. ¿Y en qué consiste esa tibieza? El amor sin raíz. La fe sin preguntas ni Dios. Los encuentros sin historia. Las fachadas sin trastienda. Los errores sin importancia. Las palabras sin contenido real. Los verbos que solo se conjugan en primera persona. El juicio sin misericordia.
A veces uno tiene que examinarse y exigirse un poco en la vida. ¿Dónde tengo que crecer yo?
¿Cuáles son mis 'tibiezas'?
Leyenda
Vivió sin alma,
con agua en las venas,
con una risa demasiado fácil,
con nada en las lágrimas.
Sólo amó a un espejo.
Nunca persiguió un sueño
que pudiera fallarle.
Cada vez que apostó
lo hizo sobre seguro.
Amuralló su vida
con certidumbres insulsas,
con rutinas
que nunca le dejaron
asomarse al silencio,
al vacío, a la nada, al Todo.
Nadie le causó tanto daño
como para enseñarle a perdonar.
Miró hacia atrás,
en un instante de lucidez
y aunque en sus entrañas
nacía un lamento
por la vida sin vivir,
se dijo: «Es tarde».
¡Pero nunca es tarde!
(José María R. Olaizola, sj)
