La pregunta en los labios

Jesús se volvió, y al ver que lo seguían, les dijo: «¿Qué buscáis?» (Jn 1, 38)

Si me descuido pierdo la curiosidad, la inquietud, la atención. La prisa puede matar la capacidad de contemplar, y de compartir. Y entonces dejo de preguntarle a la realidad qué esconde tras su fachada habitual. Preguntar al semblante turbado, «¿qué ocurre?». O a la risa contenida «¿qué tienes hoy…?» Sí, vivo a veces demasiado rápido. De un lado a otro, de casa al trabajo, de una tarea a la siguiente… Y me falta la ocasión para hablar un rato con mis gentes, sin temer que el teléfono interrumpa, que el reloj me recuerde que tengo que arrancarme o que las tareas pendientes me llamen.

¿Encuentro espacios para comunicarme de verdad con quienes importan en mi vida, para saber de sus preocupaciones y alegrías, para compartir la rutina, los pequeños o grandes problemas, las historias mínimas?

Nada serán mis palabras

 

Nada serán mis palabras 

si no encuentran otra boca 

que las cante y las olvide 

y las devuelva a la sombra. 

 

Allí quizás amanezcan, 

vagas ciudades ruinosas, 

y a otros solos lleve el aire 

la nostalgia de su aroma. 

 

Nada será lo que soy 

si en los otros no se apoya: 

mi presencia en otro hombro, 

mi esperanza en su congoja. 

 

¡No me dejes amarrado, 

demente, al ánima sola! 

¡Mira que voy a mi infierno 

si no hay pecho que me acoja! 

 

El que pasa me sostenga, 

la voz pueril sea mi roca, 

en ellos soy, y con ellos 

pediré misericordia. 

 

Cintio Vitier

PastoralSJ
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