
La gente, Dios y yo
«Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la pequeñez de su sierva» (Lc 1, 46)
A veces también se puede caer en la ceguera respecto a las presencias más habituales. Uno da por sentado a la familia, a muchos amigos, a gente cuya vida se cruza con la tuya sin tener que dejar una huella definitiva.... Y parece que si sus nombres no van a quedar grabados a fuego en el corazón uno deja de darse cuenta de lo mucho que importan. Y uno deja de comprender cómo se teje la vida en conversaciones sencillas, en colaboraciones puntuales, en afectos tranquilos. Ayúdame, Señor, a buscarte en las gentes de mi vida.
¿Quiénes son las gentes a quienes quizás doy por sentado?
¿Cuáles son esas otras relaciones, marcadas por la tranquilidad, la libertad, la calma?
Agradecimiento
Debo mucho
a quienes no amo.
El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.
La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.
Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
yeso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.
No los espero
en un ir y venir
de la ventana a la puerta.
Paciente casi como un reloj de sol
entiendo lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.
Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino simplemente unos días o semanas.
Los viajes con ellos siempre son un éxito,
los conciertos son escuchados,
las catedrales visitadas,
los paisajes nítidos.
Y cuando nos separan
lejanos países
son países
bien conocidos en los mapas.
Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.
Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.
«No les debo nada»,
diría el amor
sobre este tema abierto
(Wislawa Zymborska)