Lazos difíciles
«Cuando Israel era niño, lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí» (Os 11, 1)
No siempre es fácil el amor. Hay enfados, incomprensiones, desigualdades, palabras mal dichas, silencios hirientes, expectativas que no se cumplen... Hay heridas, nostalgias, hartazgos. Pues bien, aunque el amor sea difícil, allí está Dios. Si Dios es amor, entonces Dios estará presente en nuestros vínculos más queridos. Hay algo de Dios en la manera en que queremos a padres, a hermanos, a parejas, a amigos... Hay algo de Dios en la palabra pasión, en la palabra entrega, en lo que es intimidad, en lo que es compartir. Dios es un Dios cuya misma esencia es el establecer vínculos, tender puentes, la apertura a otros. Y eso a pesar de que el amor no es fácil, ni siquiera el amor divino.
Pienso en las relaciones importantes de mi vida. En las personas que me importan. En la manera en que estoy unido a ellos a través de sentimientos, de pasión, de esperanza, de alegría. Y rezo por ellos, voy dejando que asomen a mi imaginación rostros, historias, palabras y recuerdos. Señor, bendice sus vidas.
Te quiero
Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.
Tu boca que es tuya y mía,
Tu boca no se equivoca;
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.
Y porque amor no es aurora,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.
Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.
Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Mario Benedetti