
Lazos profundos
«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros, y perdonándoos mutuamente» (Col 3, 12)
Dios nos enseña algo sobre las relaciones. Son libres. Son frágiles. Son gratuitas. Son tan delicadas que a veces traerán conflicto, y a veces traerán dolor. En esa incertidumbre sobre cómo han de ser nuestras relaciones está su mayor fuerza y también su mayor misterio. ¿Por qué a veces nos tocará llorar las pérdidas? ¿Por qué a veces nos sentiremos tan felices? ¿Por qué ese incesante alternar entre afectos y soledad, entre canto y silencio?
Porque ese es el material precioso del que está hecha nuestra vida. De la aspiración a encontrar una paz que siempre parece que se nos escapa, un sueño que no termina de materializarse. El sueño de un mundo bueno, de una sociedad que ame, de una vida vibrante. Y es precisamente la disposición a implicarnos, siempre y a fondo, en las necesidades, inquietudes, alegrías y esperanzas de otros lo que hace que nuestra vida pueda ser como un vergel de múltiples colores, ruidos, formas y olores; y ésa es la tierra fértil para los lazos profundos.
Pido a Dios que me enseñe a amar gratuitamente.
Pienso en las personas y situaciones que me han hecho llorar. Y pido a Dios que me ayude a perdonar o a pedir perdón, a buscar la reconciliación profunda, al menos en mi corazón.
Pido a Dios que me dé confianza en los otros. Que me enseñe a mirar a otros rostros, y ver en cada uno un mundo de posibilidades.
Viceversa
Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
Benedetti