Con los ojos abiertos

 «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8)

Y los sentidos alerta. No hay que mitificar lo novedoso, del mismo modo que no debemos minusvalorar la vida cotidiana; pero lo cierto es que el cambio de actividad, de rutinas, de ritmos y tal vez incluso de preocupaciones nos brinda una oportunidad grande. El estudiante, por unas semanas, aparca los libros. El trabajador se aleja de la oficina, la fábrica o el taller. Los horarios se suavizan. El profesor descansa de sus alumnos (y viceversa). Y al abrirse a espacios nuevos surge la posibilidad de recuperar la atención por las  cosas que normalmente están arrinconadas por la prisa, la urgencia o la tarea.

En este contexto, le pido a Dios que me ayude, en mi verano, a dejarme cautivar por las cosas importantes. Que me deje dedicar tiempos de calidad a los míos. Que me acompañe la risa profunda, y el descanso verdaderamente lo sea. Le pido a Dios que venga conmigo en este tiempo, como compañero, amigo, guía… en las horas de reposo.

Bello es el rostro de la luz

 

Bello es el rostro de la luz, abierto

sobre el silencio de la tierra; bello

hasta cansar mi corazón, Dios mío.

 

Un pájaro remueve la espesura

y luego lento en el azul se eleva, y

y el canto le sostiene y pacifica.

 

Así mi voluntad, así mis ojos 

se levantan a ti; dame temprano

la potestad de comprender el día.

 

Despiértame, Señor, cada mañana, 

hasta que aprenda a amanecer, Dios mío,

en la gran luz de la misericordia.

 

Antonio Gamoneda

 

PastoralSJ
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