La vida tiene contrastes
«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado, su tiempo el matar y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir y su tiempo el edificar» (Qo 3, 1-5)
Y eso la hace hermosa. Hay días –o épocas– en que todo marcha bien. Y hay otras temporadas mucho más áridas, en las que parece que no puedo más. Entonces me parece inevitable desmoronarme, venirme abajo, lamentarme con llanto triste. Pero, ¿no es vivir reconocer que los momentos buenos no están garantizados, ni los malos tienen la última palabra? ¿No hay que perseguir aquello que amas, sabiendo que a veces el camino no es fácil? ¿No hay algo profundamente liberador en aceptar lo que venga y luchar sin certidumbres por aquello que siento que merece la pena? Bienvenidos sean los contrastes.
¿Soy capaz de afrontar la contradicción, los momentos más difíciles, la dificultad?
¿Reconozco lo bueno que hay en mi vida?
¿Aprendo de lo malo, sin venirme abajo cuando eso malo parece pesar más?
Bienvenida, alegría, bienvenido, pesar
Bienvenida alegría, bienvenido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa...
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.
John Keats