Nunca moriremos del todo
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí., ha resucitado» (Lc 24, 5-6)
Si ha resucitado, y es primicia de los pasos que un día daremos, entonces es que nunca moriremos del todo. Hoy, cuando la muerte se vuelve una compañera de camino incómoda, que agita, asusta y descoloca… Hoy, cuando la muerte se oculta (pero ya se encarga ella de salir a primer plano cuando quiere descolocarnos), se nos grita que la última palabra la tiene la vida. Que la Vida, así, con mayúsculas, sigue adelante. También más allá de ese paso, aunque no sepamos muy bien lo que hay al otro lado. Y se nos grita, contra todo temor y frontera, que no tengamos miedo.
- ¿Cómo resuena en mí esta promesa?
El muerto
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo quería poner primavera en sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
(José Hierro)
