Empieza la cuaresma cristiana, tiempo de ayuno y abstinencia, tiempo de recortes saludables, recortes con sentido, porque el horizonte no es la austeridad sino la Pascua. Es muy diferente lo que sucede con esta especie de cuaresma económica que se nos ha venido encima, sin quererlo ni buscarlo. El gobierno anterior había predicado ya la abstinencia, aplicando la tijera en aspectos importantes, aunque todavía no esenciales; como cuando, para ahorrar, tenía sentido comer pescado en vez de carne.

El gobierno actual ha impuesto directamente el ayuno: «no sólo lo superfluo, vamos a quitarnos también algo de lo necesario.» La crisis es tan severa que la tijera debe actuar no sólo en los sueldos, sino también en las condiciones laborales y en la reducción de derechos que parecían intocables. Los recortes son un problema, muy serio en muchos casos, revisable en otros; pero al fin y al cabo, la mayoría reconoce que son necesarios. Hay mucha gente dispuesta a asumirlos como un mal menor el tiempo que haga falta mientras se gesta algo. El problema radica ahí: ¿se está gestando algo?

Empezó hace días la cuaresma, de acuerdo; ayuno y abstinencia, los guardaremos; pero va alguien a anunciarnos la «pascua» (¿una nueva configuración social, unas nuevas relaciones económicas, una nueva forma de hacer política?) que da sentido a todo esto y para la que vale la pena irse preparando.

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