Estamos en tiempo de Cuaresma y en la calle la gente debate si los viernes hemos de comer carne o pescado, o ambas cosas… Algunas como mi madre, no tienen duda. Los viernes en Cuaresma, ¡niño, siempre pescado! Y es que la Cuaresma es tiempo de ayuno, ya lo sabemos… ¿pero qué tiene que ver con comer carne o no? Empecemos diciendo que se trata de un tiempo y de unos gestos que nos ayudan a recordar que no podemos tener de todo. Aquí está la clave: soñar con que puedo y debo tener de todo no tiene sentido. Sólo los ingenuos se afanan en controlar todo lo que se cruza por delante.
Parece que en este tiempo, cuando tenemos más sed que nunca, es interesante recordar la fuente de la que mana agua para la que estamos hechos. Deberíamos aprender a vivir agradecidos, porque no hacerlo es ser inconscientes e injustos con una realidad que se nos regala y pide ser compartida con tanta gente sedienta. Por esto merece la pena el ayuno, invitarnos a ser ayunadores en toda regla.
Pero siempre hay quien piensa que ayunamos para sufrir. ¡Como si el vivir la Cuaresma tuviera que ser pasando incomodidades, malestar o dolor para tener a Dios contento! ¡Como si todo dependiera de la carne o el pescado un día a la semana! ¡NO! Ayunamos para creer, ayunamos para recordar que las cosas no son el fin, sino el medio. Ayunar ayuda a mirar alrededor de una forma diferente, y recordar que la realidad es mucho más grande que lo que nos rodea de forma inmediata… Es aceptar de manera consciente que mis deseos, mis necesidades, mis intereses, mis preocupaciones no son el centro del mundo.
Hay intimidad, gratuidad, desinterés, búsqueda… en este tiempo de Dios. Se trata de aprender a mirar mi fragilidad llena de posibilidades, mi debilidad fuerte, mi pequeñez grande… En tiempo de Cuaresma, tiempo de ayuno «no pongáis cara triste… perfuma tu cabeza y lava tu rostro» (Mt 6, 16-18), que Dios sepa que usamos las cosas no con la avaricia de los hipócritas, sino con la realidad de quienes tienen puesto el corazón en su sitio, en Dios.