No encajar es uno de los miedos más profundos que tenemos. No encajar con un grupo determinado de personas, en tu trabajo, con tu pareja, o en este mundo tal y como es. De adolescentes la necesidad de encajar era vital, casi tan importante como respirar. ¡Cuántas cosas habremos hecho o dicho con tal de no sentirnos apartados del resto!

Esta reflexión me vino al leer el otro día un artículo en el que el actor Martin Sheen lamentaba haber cambiado su nombre original, Ramón Sánchez, para poder entrar en la maquinaria cinematográfica de Hollywood. Declaraba que cuando en una entrevista daba su verdadero nombre, le rechazaban. Por ello decidió cambiarlo al de Martin Sheen y, a partir de ahí, le fueron llamando hasta el punto de protagonizar películas tan icónicas como Apocalypse Now. Martin, o Ramón, alegaba que «a veces te convencen, cuando no tienes suficiente perspicacia o incluso el valor suficiente para defender lo que crees, y más tarde lo pagas».

Yo no he cambiado mi nombre nunca, pero sí me pregunto cuántas veces habré modificado (o «adaptado») mi discurso, mis opiniones o mi comportamiento al de los otros con tal de sentirme admitida. Y cuando caigo en la cuenta de ello siento una profunda tristeza: la de haberme traicionado a mí misma.

Para mostrarse a los demás tal y como se es, aparte de requerir cierta dosis de valentía, hace falta haberse conocido a uno mismo. Si uno no se ha topado alguna vez en su vida con quien realmente es, corre el riesgo de ir cambiándose de máscara continuamente hasta el punto de confundir tu verdadero rostro con todas ellas. Se necesita parar y preguntarse a uno mismo: pero, ¿y tú? ¿quién eres?

La respuesta a esta pregunta no se obtiene de un día para otro. Es una búsqueda inacabable, un continuo experimento de ensayo-error. Hay que sentarse a dialogar con uno mismo, conocerse, descubrirse y, por último, ser. Ay, madre, esto es lo que más cuesta: ser ante los demás. Eso es ya pasar a la acción, y ahí te la juegas. Ahí hay que hacer un ejercicio de asertividad importante sin perderte a ti mismo como se pierde una muñeca de sal en el mar. Necesitas aprender a mantener un fino equilibrio entre la sana autoestima y la justa humildad. Pero, sobre todo, tienes que aceptar el trago amargo de que puede ser que no le gustes a todo el mundo. ¡Uf, lo que duele eso! ¡Qué insoportable puede parecernos esta idea! Pero ser uno mismo tiene que pasar por abandonar esa agotadora carrera por satisfacer a todo el mundo comportándonos como creemos que esperan de nosotros.

Decía el místico Rûmî: «Sé tu nota… Cada nota es una necesidad que surge en cada uno de nosotros». Así que toca escucharte resonar, colocarte en el pentagrama y dejarte sonar tal y como eres. Sin dar la nota, que es otra cosa más relacionada con llamar la atención. Descúbrete y sé, para que no te pase lo que dice Martin Sheen/ Ramón Sánchez: «…más tarde lo pagas».

 

Te puede interesar