La realidad se impone, es normal. Nos guste o no, somos muy de lo nuestro: nuestra familia, nuestra casa, nuestra tierra… Mi perspectiva particular es importante, aunque limitada y parcial por definición. Y es que la vida se desarrolla en lo cercano y lo concreto, pero a la vez los valores y horizontes han de significar principios cuyo valor está en que lo son de todos. Trascender mi propia realidad y asegurar que encarno perspectivas de justicia y ética globales es uno de los ejercicios más complejos y necesarios que tenemos por delante.
Por eso me asusta el encogimiento moral, la estrechez de miras, la mirada al suelo y el silencio cómplice… todo lo que nos haga bajar la vista, ignorar lo lejano o perder sensibilidad por lo distinto, es una sutil amenaza a la integridad de nuestro mundo, un solapado cuestionamiento a nuestros valores. Y no hablo sólo desde la Fe, sino desde la humanidad que nos liga.
Así que estos no son tiempos para sálvese quien pueda, sino para reconstruir juntos lo que nos funda como sociedad y como pueblo. Son muchas las crisis, las de aquí y las de allá, mucha la necesidad y los reclamos. Ojalá no nos confundan. Los valores y principios se prueban ante lo complejo. Es en tiempos revueltos donde se demuestra lo importante. Es ante la dificultad cuando sale, para bien y para mal, lo más auténtico de nuestras sociedades.
Hoy es el tiempo para la solidaridad y la justicia, con el de cerca y el de lejos. Ahora es el tiempo para ir más allá de lo nuestro y demostrarnos que la cooperación no es un lujo de ricos en tiempos de bonanza sino un principio ético inquebrantable más importante quizá cuanto menos se tiene y más concierne lo que se pone en juego.