Asistimos en los últimos días a un escenario social muy convulso, en el que lejos de llegar a un punto en común a corto plazo entre los protagonistas, las posturas se van polarizando cada vez más.

A raíz de esta situación tan tumultuosa, reflexiono sobre lo que nos ha conducido hasta esta situación, y repetidas veces una pregunta resuena mucho en mi interior: ¿Qué valor tiene hoy en día la palabra dada a los demás?

Creo que la honestidad no es un valor cualquiera, sino que es una expresión del amor, del respeto y del compromiso hacia los demás y hacia uno mismo. Considero que es muy complicado avanzar socialmente en un mundo en la que la mentira puede llegar a normalizarse –en ciertos ámbitos–, por tanto, nos enfrentamos al desafío de compartir un entorno donde la verdad se ve amenazada.

Esto nos insta a reflexionar sobre el valor que otorgamos a las palabras, a defender la verdad y a restablecer su verdadera importancia. En una era marcada por la polarización, la palabra puede erigirse como un puente hacia el entendimiento, convirtiéndose en un medio para construir conexiones sólidas y reflejar la verdad. Recordando el sabio consejo del evangelio, «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?» (Lc 9, 22-25), se nos invita a defender la integridad verbal como clave para recuperar una sociedad coherente, respetuosa y que aboga por la verdad.

 

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