Hace poco tuve una infección de oído. Había escuchado decir que pocas cosas hay peores que un dolor de muelas o de oídos. Sospecho que la expresión es algo exagerada, pero desde luego es un dolor muy molesto. Sin embargo, la gente con la que me crucé durante los días que estuve con la sensación de que la cabeza me podía explotar en cualquier momento no podía notar en absoluto mi dolor. No había ningún signo externo que evidenciara mi estado: ni un cabestrillo, ni una silla de ruedas, ni una muleta…

Qué tontería, pero me dio por pensar. Quiero compartir una reflexión bastante elemental pero que creo que, de vez en cuando, conviene recordar. A veces juzgamos a la ligera y sentamos cátedra afirmando rotundamente que no sé quién es un antipático o un borde porque no nos trata con la amabilidad que consideramos que merecemos

Existe la posibilidad de que el no sé quién en cuestión sea, efectivamente, un cretino integral. Pero también puede ser que simplemente tenga dolor de muela, de oído, que haya dormido mal o que tenga una preocupación importante rondándole por la cabeza. Con esto no justifico ni la mala educación ni la grosería de nadie, por supuesto. Pero, haciendo memoria, pienso que las personas con las que interactué durante los días que me duró la infección no debieron pensar de mí que fuera la Alegría de la Huerta, precisamente. Y no era nada personal contra nadie; simplemente, que es verdad lo que dice el refrán español, pero aplicado a la inversa: “qué mal se está cuando se está mal”

Estas líneas sólo pretenden ser una invitación a pensar dos veces antes de calificar a alguien. Nada más.

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PastoralSJ
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