Siempre dicen que las mascotas se acaban pareciendo a su dueño, o viceversa. También el refranero popular nos recuerda que «dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición». Y esto mismos nos pasa a veces en la pastoral. Conociendo a los integrantes de un grupo podemos intuir quién los dirige. Igual que viendo los seguidores de una cuenta de Twitter podemos adivinar casi con certeza qué publica esa cuenta.
Lo cierto es que tendemos a la agregación, a acercarnos a lo que nos resulta similar, agradable. Lo que nos hace sentir cómodos, por conocido y semejante. Pero cuando hablamos de la pastoral este es un peligro, con consecuencias que pueden ser terribles en muchas ocasiones. Porque nos estamos jugando la exclusión de quiénes no son de los míos. Esto no es nada nuevo. Ya los discípulos se quejaban a Jesús de aquellos que expulsaban demonios en su nombre, sin ser de los suyos. La propuesta pastoral de los discípulos era simplemente hacer que lloviera fuego sobre aquellos que se atrevían a vivir conforme a Jesús sin ser de su grupo.
No llegamos hoy a estos extremos, quizás porque nuestra fe ha disminuido y no nos sentimos capaces de hacer que llueva fuego sobre la tierra. Pero lo cierto es que fácilmente etiquetamos a aquellos que no son de los míos. Con mucha facilidad invocamos el «son tradis», «son progres», «son carcas»… Sólo porque no son de mi grupo, solo porque viven la fe de un modo distinto al mío.
La solución, hoy como ayer, está en el Evangelio, está en Jesús, que sigue su camino, eso sí, reprendiendo a esos discípulos que pretenden compartimentar el seguimiento en sus propios parámetros. No es evangélico repartir carnés de seguidores, no es evangélico solo «lo mío». Dejemos que el Espíritu sople en diversidad, en misterio, por los caminos que ni conocemos ni controlamos, inspirando a gentes muy distintas a seguirle por caminos distintos. Todos cabemos en la Iglesia, si seguimos el camino del Señor, como él lo quiso, no como mi grupo propone.