Uno de los temas que tengo presente a la hora de hacer Pastoral es cómo llegar a todos. El Señor nos encomendó: «Id y anunciad a todos los pueblos…». Pero lo cierto es que esos «todos los pueblos» no son iguales, no todos oyen igual ni al mismo tiempo.

Respetar los procesos de cada persona es fundamental. A mí me abrió la mente el evangelio de los viñadores: los que llegaron a primera hora, los que lo hicieron a mitad del día y los que acudieron al final, cobrando todos el mismo jornal. Tengo que reconocer que esta parábola me «incomodó» siempre. Pero, hace poco, preparando un encuentro de coordinadores de Pastoral, creo que me vino la luz: todos tenemos nuestro momento.

Hay quienes han recibido a Jesús desde siempre: tuvieron una familia que los educaron en la fe, un colegio católico, una parroquia, un grupo con el que compartir su experiencia y que les enseñó a vivir la fe con verdad y profundidad.

Hay otros que lo recibieron también, pero se despistaron, se relajaron o vivieron su fe como una tradición más. Pero, un buen día, se topan con la hondura de la misma y se abren a ella.

Y hay otros que nunca han creído, o que nunca prestaron atención. Llegan «al final», cuando todos ya llevan rato en la viña, pero llegan, porque un día oyeron una llamada y, después de tanto esperar sin saber muy bien qué, acudieron.

Ahora bien, si hay algo que comprendí de este Evangelio no es cuándo fue llamado cada uno, sino cómo en el momento en que eso ocurrió se levantó y fue. Y todos recibirán lo mismo: el amor de Dios, quien no tiene una generosidad sujeta a nuestros tiempos.

Quizás sea esa la clave: la apertura al mensaje. Y en eso, los que hacemos Pastoral, no tenemos nada que hacer. Entonces, ¿cuál es nuestro papel? Conocer esos procesos, no desesperar, no arrinconar, no cansarnos de «echar las redes». Y rezar, no dejar de oír la voz de Quien sabe cuándo, cómo, de qué manera y con qué tipo de redes toca ese día pescar.

 

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