Irse de casa puede parecer tan simple como coger la maleta y salir por la puerta, pero en realidad es una de las decisiones que más dilemas plantea en la vida. Cuando nos vamos, sobre todo si es lejos, una de las primeras preocupaciones que nos acechan es qué pasará con la gente que dejamos “atrás”. Hacemos planes de futuro y prometemos muchas cosas, pero sabemos que la distancia afectará a nuestras relaciones, que nos distanciará de algunos y nos acercará a otros. La distancia nos hace ver las cosas con perspectiva y nos obliga a darnos cuenta de las cosas que echamos de menos y las que no, a valorarlas en su justa medida.
Para ciertas personas, existe otra relación por la cual preocuparse, una más profunda, y es que marcharse de casa implica un cambio en la manera de vivir la fe. No en todos los sitios vamos a encontrar una misa a nuestra medida (ni siquiera en nuestro idioma), ni un grupo de gente que comparta nuestras inquietudes espirituales, ni tampoco la posibilidad de participar en alguna actividad que nos acerque más a Dios. No vamos a encontrar a nadie que nos ayude a mantener la fe. Y es en ese momento cuando damos mayor valor a las cosas que teníamos en casa, a esas oportunidades que se nos presentaban para vivir la fe en una comunidad.
A nosotros, los jóvenes, la vida nos ofrece diariamente mil distracciones que nos mantienen ocupados. En un Erasmus, por ejemplo, las primeras semanas las pasas abrumado por la gente que vas conociendo, las fiestas de bienvenida, los proyectos de viajes, el aprendizaje de un nuevo idioma… Pero cuesta centrarse y no olvidarse de la fe. Descuidarla es lo fácil, sobre todo cuando no tienes a nadie que te ayude a mantenerla. Lo difícil es luchar por ella en un mundo que no te da la oportunidad. Sin embargo, todo es cuestión de buscar, de no darse por vencido y de cuidar la fe igual que cuidamos las relaciones con nuestros amigos. De esta manera, te vas dando cuenta de que en muchos más sitios hay personas que se reúnen cada domingo para escuchar su Palabra. Fuera de casa descubres otra manera de vivir la fe, que conlleva más esfuerzo, pero es igual de válida. Porque la fe no está anclada al lugar donde vives, no depende de tu ciudad o de tus amigos, sino que viaja contigo y vive contigo sea donde sea. Y eso es algo que, como las cosas que realmente valen la pena, no hay que perder de vista. Que la distancia no nos distancie. Y mucho menos de Él.