El Barómetro de Edelman Trust ha publicado esta semana el índice de polarización. Destacan seis países «severamente polarizados», cuyas divisiones son difícilmente salvables: Argentina, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, Suecia y… España.
Es poco sorprendente observando los bochornosos episodios de estos días. Por un lado, un señor en el directo de Televisión Española aprovechó para soltar una retahíla de injurias e improperios contra Pedro Sánchez. Por otro, en la Universidad Complutense de Madrid se vivieron escenas de violencia verbal y de acoso físico hacia Isabel Díaz Ayuso por su nombramiento como «alumna ilustre» de la Facultad de Ciencias de la Información. Estas protestas además fueron azuzadas por el alegato de la alumna con el mejor expediente de su promoción. Un discurso cegado en gran (des)medida por el odio.
En ambos casos se podía palpar un odio feroz hacia lo distinto, lo diferente, lo que no se suscribía íntegramente a unas ideas. Un odio hacia lo heterogéneo que es, en definitiva, la concretización plena de la polarización.
Como contrapeso, la intervención de Ángel Expósito como otro de los ilustres de su Complu tenía un cariz ciertamente esperanzador. Frente a los descalificativos, el partidismo y los infames comentarios de Twitter, reivindicó el espíritu crítico, la vocación, el respeto, la pluralidad, el agradecimiento y el amor.
El pluralismo como aceptación de la diversidad de opiniones, ideas y creencias es un valor imprescindible en un Estado social y democrático de derecho. Se trata en reconocer en el otro a un hermano, no a un enemigo. Es lógico –y positivo– que haya discrepancias, pero el odio y la violencia nunca deberían tener cabida como expresión de tal principio.
La alumna decía que era un «día muy triste, un día de luto». Los años de luto se vivieron tras amontonar cuerpos inertes en la Ciudad Universitaria o tras la matanza de Atocha en un mismo 24 de enero de hace 46 años. Huellas imborrables de llevar la polarización y el odio hasta el extremo. Desde entonces se ha trabajado sin cesar para que hoy sobre esa tarima o ante ese micrófono se puedan alzar voces muy dispares en libertad.
Fue una jornada «muy triste» porque que nos dimos cuenta de que todavía no hemos conseguido asentar fundamentos tan básicos como el respeto, la educación y la pluralidad. ¿Estamos desandando parte del camino que tomamos hace más de cuarenta años, cuando tendimos puentes para sobrevolar las diferencias? ¿Queda algún puente en pie o ya los hemos volado todos? Quizás en vez de detonar alguno más, podríamos empezar a reconstruirlos.