Nuestro árbol genealógico no es una aburrida línea recta de un ser que engendra por sí solo a otro. Cargamos con la huella de un número tanto más exponencial de antepasados cuantas más generaciones se tengan en cuenta. Normalmente solo conocemos algo de nuestros ocho bisabuelos y si acaso de uno que otro tatarabuelo (¡16 en total!). Los genes y nuestro origen biológico hunden sus raíces en la noche de los tiempos, en la historia de la humanidad misma y su evolución. Poco importan las diferencias de raza, pues en cuanto especie todos tenemos como ancestros en común a «Adán y Eva» o los primeros homínidos considerados humanos. Por todo esto, resulta engañoso presentarse como fruto de la línea genética que más prestigio traiga según los prejuicios raciales o sociales reinantes.
Tras conversar sobre esto, un amigo me envió un regalo provocador: una prueba casera de ADN, la cual conlleva el riesgo (advertido) de descubrir que eres adoptado o que tienes medio hermanos desconocidos y el riesgo (inadvertido) de ceder tu información genética a una compañía privada. Con la prueba ya comprada, yo decidí aceptarlos. Saciada la curiosidad acerca del porcentaje de genes compartidos con grupos étnicos del planeta, a razón de ancestros migrantes, existe sin embargo otro riesgo sutil en hacerse esas pruebas. Leídas sesgadamente, estas podrían llevar a algunos a sentirse de mayor pedigrí que los demás o a reforzar ciertos prejuicios sociales, en lugar de sensibilizar contra la xenofobia o de probar la insensatez del racismo, el nacionalismo y demás «ismos».
Por eso resulta sugerente la genealogía de Jesús según san Mateo (1, 1-16). Si bien se destaca allí al Rey David, también se dice que este engendró a Salomón en una relación adúltera con Betsabé y que ancestros del mismísimo Mesías son además Rahab (una antigua prostituta de Jericó) y Rut (una moabita pagana), por dar algunos ejemplos «incómodos».
Si las pruebas de ADN no conducen sobre todo a asumir con humildad y gratitud la propia historia familiar o a un mayor sentimiento de hermandad original y de responsabilidad por el destino común de la humanidad quizás no tengan mucho sentido o prueben en quien los hace su poca nobleza (aquella verdadera, no la del privilegio hereditario). En cualquier caso, por interesante que resulte examinar las raíces de un árbol, más definitivos son la dirección y el cielo al que apunten sus ramas.