Seguro que más de una vez, cuando has leído alguna noticia en prensa sobre inmigración, has visto cómo parte de los comentarios habituales suelen apuntar a un tajante «pues mételos en tu casa»… Y de esta forma, cualquier otro argumento queda invalidado, pues parece que todo es blanco o negro, o los metes en tu casa o no sirve… eliminando cualquier tipo de matiz, y zanjando la discusión. El último ejemplo ha sido hace unos días, cuando el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Argüello, escribió un post en X sobre la presentación de la iniciativa legislativa popular para una regularización extraordinaria de personas extranjeras.

Sin embargo, ante problemas complejos no sirven respuestas simples, y este no es un tema únicamente sobre la buena voluntad individual, sino que es una respuesta que se nos plantea como sociedad. Por un lado la desigualdad sangrante que existe y que provoca que la gente se juegue el tipo buscando el sueño para poder tener una vida digna y, por otro lado, la calidad de vida de las sociedades acomodadas: ¿hasta dónde somos capaces de estirar el mantel para que todos podamos tener una vida con calidad? ¿«Dónde está tu hermano»?

Pero también el «mételos en tu casa» es una pregunta para hacernos interiormente cada uno de nosotros, pero sin sentirnos presionados desde fuera. Porque entre nada, opinar, hacer unas horas de voluntariado, dar un donativo, o hacer compañía a alguien, y «meterlos en tu casa» hay un salto inmenso. Y cada uno, en cada momento, tendremos que discernir nuestras posibilidades vitales de qué significa acoger aquella máxima del Evangelio que dice «cuando fui inmigrante y me acogisteis». Porque como decía Marc Vilarassau sj, «la diferencia entre darlo todo y casi todo es infinita».

 

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