La última noticia es de este mismo domingo: 629 inmigrantes a los que se niega el desembarco en Italia y Malta. Pero no es la primera, ni tristemente será la última. Ahora se trata de 629 personas que, tras jugarse la vida en una travesía incierta, sin medios ni casi recursos para sobrevivir, son rescatadas por Médicos Sin Fronteras y a las que dos países niegan el asilo. «Ya hemos hecho suficiente», dice Italia y Malta –mientras el resto mira a otro lado, incluido nuestro recién estrenado gobierno–. Oponen seguridad a acogida, como incompatibles, más inmigración supone menos seguridad para los ciudadanos, más vulnerabilidad para nuestro estilo de vida.

Y, sin embargo, ves las fotos en las redes, escuchas los testimonios de quiénes están jugándosela rescatando a quiénes se lanzan desesperados al Mediterráneo y te preguntas dónde está el invasor, dónde la amenaza. Porque ves hombres, mujeres, niños, no un ejército dispuesto a la lucha. Ves personas huyendo, con el miedo aún en los ojos. Observas un abismo de sufrimiento que estremece. Y no la sed de venganza, de apropiarse de lo ajeno y de sembrar el caos que trae el invasor.

¿Acaso nos estamos dejando llevar por el buenismo con esta visión? Quizás pienses que no podemos dejar que la utopía nos arrastre porque no podemos simplemente abrir las fronteras. Pero no estamos hablando de buenismo ni utopía, sino de opciones en la vida, en la sociedad. La opción de ser compasivo o no serlo. La opción de acoger o amurallar. La opción de lavarte las manos ante el sufrimiento ajeno o arremangarte y ponerte a disposición.

Es cierto que la solución no es simplemente acoger al que llega. Que hay problemas mucho más serios en los lugares de los que vienen en los que también tenemos que implicarnos. Pero no podemos dejar que eso sea la excusa del inmovilismo, el cierre y el «que lo haga otro». Ante situaciones como la del barco Aquarius toca revisar las propias opciones, toca ver cómo de coherentes estamos siendo con ellas. Toca posicionarse, y defender en público la propia opción. Los creyentes lo tenemos claro desde hace miles de años: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis» (Deuteronomio 10, 19). Podemos exigir responsabilidades, mostrar nuestro desacuerdo con las políticas que son contrarias a la acogida, podemos incluso implicarnos directamente en la acogida. Lo que no podemos es quedarnos de brazos cruzados cuando se ataca aquello en lo que creemos, aquellas opciones que soñamos para un mundo más justo y amable.

Te puede interesar