Hoy muchos periódicos dan noticias sobre el histórico “pacto para atajar la violencia contra la mujer”. Parece que, por una vez, todos los partidos del espectro político se ponen de acuerdo. Viéndolos, uno se pregunta si no habría muchísimos más temas en los que el acuerdo debería estar por encima de las diferencias. Es verdad que, puestos a buscar matices y peros, siempre se pueden encontrar puntos de discrepancia –hasta en esta cuestión de la violencia de género– y, puestos a buscar la división, siempre habrá un modo de convertir las diferencias en barreras inexpugnables. El caso es que, esta vez, por convicción, por circunstancias o por necesidad, hay pacto.

Y, sin embargo, en tantos otros casos lo que hay es estrategia, cálculo, e intención de desgastar al rival (convertido en enemigo). Resulta trágico que no haya más puntos de acuerdo sobre cómo gestionar nuestra sociedad, cuando el poder debería estar al servicio del bien común. La verdad es que muchas veces querer es poder. ¿Se podría alcanzar un pacto por la educación? ¿Un pacto sobre las pensiones? ¿Un pacto para asegurar la sanidad? ¿Un pacto sobre inmigración? Seguramente posible es. Pero, entonces, ¿con qué se iban a atizar unos a otros? 

Pactar implica negociar. Implica bajarse del carro de la razón absoluta que muchos pretenden tener siempre. E implica también ceder. Tres actitudes: diálogo, humildad y cesión que parecen bastante distintas de los monólogos, chulería e intransigencia que vemos demasiado a menudo. Quizás por ahora la política no pueda ser de otro modo, en esta era de las comunicaciones exageradas y las polémicas de consumo, pero que no nos conviertan a todos, en todos nuestros espacios vitales, en rivales incapaces de dialogar y encontrarnos en la vida.

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