Volvemos a estar en campaña electoral. Llamadme ingenuo o excesivamente romántico, pero me creo de verdad que la gente es buena (por lo menos la mayoría). En política, es cierto, hay personas (no pocas) que están en la vida pública porque no valen para otra cosa. Pero hay personas (mucho más de las que nos creemos) para las que dedicarse a la política expresa una vocación de servicio y constituye un compromiso ético por un mundo más justo. Evidentemente hay personas mediocres en el partido con el que simpatizamos y, también, indiscutiblemente, hay personas muy valiosas en los partidos que criticamos.
Estamos demasiado crispados en nuestro país, o al menos eso me parece a mí. Palabras como perroflauta, golfo, fascista, rojo, chavista, golpista, feminazi, hipócrita, sectario, indecente… aparecen en demasiadas ocasiones, no ya solo en el discurso político sino también en las conversaciones familiares y entre amigos.
Y los cristianos… ¿podremos ser parte de la solución en lugar de ser parte del problema? Mirad, si miramos al otro buscando diferencias, no os quepa duda que vamos a encontrar diferencias, y muchas. Pero estad seguros de algo, si miramos al otro buscando aquello en lo que nos parecemos, nos vamos a encontrar con el milagro de un territorio común. Por si alguno aún no se ha dado cuenta esto no vale solo para el mundo de la política, también vale para la vida en pareja, para la familia, para los entornos laborales y ¡cómo no! para la Iglesia.
Todos tenemos nuestras ideas, nuestra historia, nuestro lugar en el mundo, pero esto no debería de ser un obstáculo para encontrarnos con el que piensa distinto. Volvemos a estar en campaña electoral, ¿por qué no nos esforzamos un poco para que esto nos una en lugar de separarnos? ¿por qué no nos dedicamos a subrayar lo que tenemos en común? Es muy importante la posición en la que estás en la vida, pero lo es aún más la dirección en la que decides mirar.