¿Quién no se ha quedado tirado alguna vez en la carretera por culpa de un pinchazo? A mí se me ha pinchado la rueda del coche, de la bicicleta, la pelota de básquet y hasta la barca neumática. Se me ha pinchado la esterilla inflable en pleno camino de Santiago, el apoya cuellos inflable para viajes largos, la botella del jabón dentro de la maleta y, cómo no, aquel globo de Micky Mouse que me compró mi madre en Eurodisney. Se me ha pinchado un sueño cuando más lo estaba disfrutando, una ilusión se me pinchó y me vine abajo, dejé escapar un tren importante en mi vida por culpa de un pinchazo y, en el último momento, la voluntad pincha cuando se me pide algo que no me atrevo a dar. 

Cada pinchazo es un fiasco y un contratiempo que lo mínimo que provoca es un pequeño ataque de rabia, por la impotencia que te deja no poder hacer nada ya. Quizá le puedes pones un parche y te sirve para ir tirando un tramo más, pero al poco tiempo lo tienes inevitablemente que cambiar. Ya no es lo mismo y nada queda nunca igual. Es así, la vida tiene pinchazos y, cuando ocurre, vas aprendiendo a desinflarte sin naufragar, a funcionar con parches hasta que lo puedes remediar, a tirar adelante con menos aire, pero sin parar.

Pero no todos los pinchazos son traumáticos, también hay pinchazos que salvan vidas y pinchazos que sirven para drenar zonas inundadas. Fue gracias a un pinchazo que algún día alguien descubrió que en lo hondo de la tierra se escondían manantiales de agua, o pozos de petróleo, o bolsas de gas natural. Cuántas riquezas personales han salido a la superficie gracias a un pinchazo! Ahí está el alivio que uno siente cuando, con cariño, alguien te pincha esa molesta ampolla que te hiciste al caminar. Todos sabemos que para dar sangre, primero hay que pinchar. Y hay el pinchazo que el médico sabe dar cuando el dolor no se soporta más. O las agujas del acupuntor pinchando certeramente sólo allí dónde se debe pinchar. Hasta, si me apuras, los discos que pincha con arte un DJ para que te eches a la pista y te pongas a bailar. Hay quien tiene el arte de pinchar con elegancia una situación tensa cuando estaba a punto de estallar. Periodistas que pinchan tramas sucias y se juegan la vida por denunciar. Palabras que te pinchan el alma, atravesando cuanto caparazón la quiera aprisionar. Miradas que pinchan y se quedan clavadas en el corazón, y ya nadie las puede desclavar. Hay pinchazos que salvan, aunque pinchen; pinchazos por los que sale el aire y entra algo que se parece mucho a la verdad.

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