En Balsareny (Barcelona) de familia campesina, nació en 1928 Pere Casaldáliga i Pla. Entró en la orden de los claretianos, fue de misionero a Brasil y en 1971 fue nombrado obispo de Mato Grosso, una de las diócesis más extensas del país (casi un tercio de España) dominada por grandes terratenientes millonarios y poblada por míseros campesinos. Desde este lugar ignoto y miserable, Casaldáliga se ha convertido en uno de los obispos más famosos del mundo, pero también en uno de los poetas más serios del siglo XX español. Cuando llegó a Sao Felix do Araguaia (su sede episcopal) tenía unos ochocientos habitantes. Hoy cuenta más de diez mil y es mundialmente conocida por la obra de su pastor. Los indios tapirapé habían decidido extinguirse, y gracias al trabajo paciente e inculturado de unas religiosas, hoy han revivido y sus barcazas surcan orgullosas el Araguaia.
Por supuesto, ha sido un obispo muy molesto: incómodo para la curia romana (él escribió a Msr. Romero: «las curias no podían entenderte, ninguna sinagoga bien montada, puede entender a Cristo»). Pero muy molesto sobre todo para los fazendeiros y terratenientes brasileños que, como suelen hacer, intentaron acabar con su vida. Por un error del sicario, la bala destinada a él fue a dar y mató a un jesuita que le acompañaba. Cuando el episodio se hizo público, Pablo VI tuvo el valor de decir públicamente al mundo entero: «quien toque a Msr. Casaldáliga toca al papa». Eso le salvó la vida.
Su poesía, como la de Juan de la Cruz, es expresión de su experiencia de Dios. Pero ahora también de su compromiso social. Por eso puede servir de guión para presentarle.
Él dijo de sí mismo que actúa «suelta la crin y la ternura suelta». Buena definición de la obra del Espíritu cuando el ser humano se deja llevar por ese ‘aire de Dios’ que sopla donde quiere. La misericordia hecha libertad: eso fue Jesús y, por ello, los dos rasgos que más se señalan de él en los evangelios son su libertad y sus entrañas conmovidas. Pues toda auténtica experiencia de Dios nos envuelve en misericordia y esa ternura nos da una libertad nueva. Suelta la crin, y la ternura suelta. Por eso:
«Si no sabéis quien soy, si os desconcierta
la amalgama de amores que cultivo:
una flor para el Che, toda la huerta
para el Dios de Jesús, si me desvivo
por bendecir una alambrada abierta
y el mito de una aldea redivivo»…
Si nos causan extrañeza todas las opciones que la solidaridad da a Casaldáliga libertad para abrazar, entonces:
«Tenedme simplemente por cristiano
si me creéis y no sabéis quién soy».
Y con toda su huerta para el Dios de Jesús puede Casaldáliga describir así su fe:
«Al acecho del Reino diferente
voy amando las cosas y la gente,
ciudadano de todo y extranjero.
Y me llama Tu Paz como un abismo
mientras cruzo las sobras guerrillero
del mundo, de la Iglesia y de mí mismo».
Al hablar de las sombras, cualquier otro hubiera dicho que lo que me llama es ‘Tu luz’. Pero el poeta no pretende ser ningún intelectual que cree saber más que otros.
Transita en la oscuridad pero llamado por una ‘paz’ (que alude más a lo experiencial que a lo meramente intelectual) y que es el don característico de Jesús.
Esa paz le da libertad también para encararse y resultar molesto a la institución eclesial cuando haga falta; porque
«por este mero hecho de ser también obispo
nadie me va a pedir que ponga piedras
en esta honda cavidad del pecho».
Y cuando la Iglesia se aparta de los pobres (¡demasiadas veces!), Don Pedro suelta la crin y la ternura para decirle:
«Yo pecador y obispo me confieso.
De soñar con la Iglesia
vestida solamente de evangelio y sandalias».
Y para decirle claramente al papa:
«deja la curia, Pedro
desmantela el sinedrio y la muralla
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
en palabras de vida temblorosas».
Él cuenta haber escrito sus poemas en los largos viajes de Sao Felix a Brasilia para reuniones de la conferencia episcopal brasileña. El viaje dura exactamente 24 horas de autobús. Don Pedro nunca ha querido ir en avión. Con un par de bocadillos, una Cocacola y una libreta, y con «toda su huerta para el Dios de Jesús» viajaba, rezaba y escribía el poeta, guerrillero de sí mismo.
Todo eso deja un par de preguntas muy importantes para nuestra fe. ¿Creo que esa libertad que brota de la misericordia es la mayor señal de Jesús y del Dios de Jesús? ¿Creo, y estoy dispuesto a aceptar, que quien se deje llevar por el espíritu de esa libertad misericordiosa se expone a ser crucificado o a compartir como sea el destino del Maestro?