Firme con una sonrisa.

¿Qué significa hoy ser compañero de Jesús? Comprometerse bajo el estandarte de la cruz, en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige… Para seguir a Cristo más de cerca, formamos una comunidad de ‘amigos en el Señor’ donde lo compartimos todo, y nos consagramos a Dios mediante tres votos: Pobreza, Castidad y Obediencia. Así estamos liberados para compartir, para amar a todos, para estar disponibles. Y Así repudiamos proféticamente los ídolos que nuestros sistemas siempre están tentados de adorar: dinero, placer, prestigio, poderío. (Congregación General 32 de la Compañía de Jesús, tomado del sitio web de los jesuitas bolivianos)
Desde esta proclamación histórica de la misión de los jesuitas, todos –jesuitas y laicos– buscamos integrar la fe y la justicia en todo aspecto de nuestra vida. Algunos llegan a esta integración al comprometerse totalmente con el polo de la justicia, con todo el repudio del mundo que esto significa, y así encuentran –misteriosamente por la gracia de Dios– el otro polo de la fe. Son ejemplos y modelos para nosotros; en el lenguaje religioso, son profetas. Y uno de los más importantes del último siglo ha sido el padre Daniel Berrigan, sj.

Un profeta por la paz y la justicia que nos deja inquietos

Temprano en su vida como jesuita, Dan acompañó a su hermano Philip (un sacerdote josefita) y encontró la lucha definitiva de nuestros tiempos: la lucha por la justicia. Esto le llevó a manifestarse por los derechos de los afro-americanos en EEUU, caminando con el reverendo Martin Luther King, jr. Y le inspiró para oponerse a la guerra de Vietnam. En un momento clave, se juntó con ocho otros opositores en 1968, para quemar los documentos que obligaban a 378 jóvenes a servir en el ejército. Por este delito pasó dos años en la cárcel.
Y no fue la última vez que estaría encarcelado. Como un apóstol de la paz, participó en acciones contra la Guerra del Golfo en 1991, la Guerra en Kosovo, y las invasiones de los EEUU en Afganistán e Iraq. Ha pasado más de siete años en prisión por estas protestas y por acciones contra las armas nucleares. Su compromiso con la justicia es total y diario, en contra de todo tipo de guerra, violencia, y gasto en armamento. Últimamente, participaba en las manifestaciones de los indignados en el movimiento Occupy. Poeta y escritor de más de 35 libros, inspira e inquieta con su testimonio, ejemplo, y palabras:
«Alguna gente hoy dice que la ecuanimidad lograda por el trabajo espiritual es una condición necesaria para sostener los compromisos éticos y políticos. Pero para los profetas de la Biblia, esto habría sido un lenguaje absolutamente ajeno y una perspectiva extraña de lo humano. La idea de que uno tiene que lograr paz mental antes de extender la mano al vecino es una distorsión de nuestra experiencia humana, y últimamente una evasión de nuestra responsabilidad. La vida es una montaña rusa, y uno tiene que abrochar su cinturón de seguridad y lanzarse al viaje. Este enfoque en la ecuanimidad es, de hecho, una perspectiva egoísta y vacía vestida con el lenguaje de la espiritualidad.
Reconozco que la visión profética no es popular hoy en algunos círculos espirituales […] Pero nuestra tarea no es ser popular o ser percibidos como impactantes, sino a proclamar las verdades más profundas que sabemos. Tenemos que vivir de acuerdo con las verdades más profundas que sabemos, aún si no produce resultados inmediatos en el mundo.»

El hombre de fe, formado por su lucha por justicia

Mi único encuentro personal con Dan se produjo en una misa que él celebro para nosotros, un grupo de jesuitas jóvenes. Para algunos resultó un tanto escandaloso, porque rezó de corazón, y no según los libros litúrgicos. Recuerdo bien cómo la emoción y la fe emergieron en palabras poéticas, que nos unieron a nuestro Dios y a su pueblo querido, los más pobres y excluidos. Y aún más impresionante fue su silencio, durante momentos largos en que, con ojos cerrados, ofreció todo su ser –ya envejecido y débil– a Dios. Se sentían la ternura, cariño, y compromiso que había cultivado a través de su larga vida, con todos sus afanes y derrotas, y compartido con el Señor. Una vez más, llegando a la bendición final, brotó una nueva sonrisa de su rostro.

Me hace pensar en la calidad de mi compromiso, tanto con la fe como con la justicia. Y en los momentos de cansancio o enfado, me hace recordar la importancia de la sonrisa, que es signo indudable del reino de Dios.

 

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