«Desde el momento en que existe una conciencia creyente que conoce la pura doctrina, y una autoridad que se encarga de defenderla, surge el peligro de la ‘ortodoxia’, esa mentalidad que cree que conservar la recta doctrina es ya la salvación, pero que, en virtud de la pureza de la doctrina, atenta contra la dignidad de la conciencia. Desde el momento en que se instituye una regla de salvación, un culto, y un ordenamiento comunitario, surge el peligro de pensar que su realización exacta es ya la santidad a los ojos de Dios. Desde el momento en que existe una jerarquía de las funciones y de los poderes, de la tradición y del derecho, surge el peligro de ver ya el reino de Dios en la autoridad y en la obediencia mismas. Tan pronto como en lo sagrado se establecen normas y se distingue entre correcto e incorrecto, amenaza el peligro de coartar desde allí la libertad de Dios y de enmarcar como en derechos lo que viene exclusivamente de su gracia… Por muy noble que sea un pensamiento, tan pronto como penetra en el corazón humano genera en él contradicción, mentira y maldad. Eso es lo que ocurre también con lo que viene de Dios. El orden en cuestiones de fe y de oración, la autoridad y la disciplina, la tradición y la costumbre son realmente algo bueno; pero suscitan en el hombre la posibilidad del mal. Siempre que se pronuncia un sí o un no categóricos en el ámbito de la verdad sagrada, subyace también el peligro de la ‘Ley’ y ‘del fariseo’. El peligro de confundir lo exterior con lo interior; el peligro de contradicción entre lo que se siente y lo que se dice, el peligro de manipular la libertad de Dios desde la ley y el derecho, el peligro de todo lo que Cristo reprocha a los fariseos».
Romano Guardini, El Señor