- Porque no es la típica película vista ya muchas veces de entrenador-equipo conflictivo-superación. Aunque tenga elementos de esa épica repetida en tantas historias, aquí el camino de vuelta es mucho más personal y complejo.
- Porque Ben Affleck –quién lo iba a decir– lo borda. Sin estridencias, sin excesos, sin pretender lucirse, es sutil en su descripción del dolor, de la evasión, de la tormenta interior, en su intensidad como entrenador fiero y competitivo, y dejando ver destellos del hombre alegre que en otro tiempo pudo ser.
- Por un guion que, lejos de recrearse en los aspectos más emocionales –y sería una tentación clara– para forzar la lágrima o la dulzura, acepta ser coherente con su punto de partida, que es el narrar una historia de adicción y duelo.
- Aparte de Affleck, el casting no incluye otros nombres conocidos ni rostros familiares –al menos en España–. Eso, en este caso, es un verdadero acierto a la hora de conseguir que inmediatamente nos identifiquemos con un mundo de perdedores en busca de una oportunidad.
