Nos enfrentamos a un desencanto profundo que cuestiona tanto nuestra fe religiosa como nuestra «fe atea» en la técnica o la política. La crisis se ha hecho rutina, y la pregunta que nos persigue es: ¿qué nos es legítimo esperar, incluso cuando las circunstancias mejoren? ¿Dónde está la promesa de un mesías salvador en medio de tanta noticia desoladora? ¿Dónde el Cristo divino o la promesa de un progreso que todo lo soluciona?
Históricamente, ha sido más fácil creer en una salvación individual y ultraterrena, o depositar nuestra fe en mesianismos políticos o técnicos que prometen soluciones definitivas a los problemas sociales. Ambas son, en el fondo, atajos de la credulidad. La figura de Jesús, sin embargo, interrumpe estas simplificaciones. Si estuviera hoy entre nosotros, ¿qué tipo de mesías esperaríamos ver en él? ¿Uno que solucione nuestros problemas externos o uno que nos confronte con nuestra propia humanidad?
Series como «Mesías» de Netflix plantean con inteligencia estas mismas cuestiones. Nos confrontan con la pregunta por lo que verdaderamente somos, creemos y esperamos, a nivel personal y colectivo. Si el paso de la esperanza por el mundo y por nuestras vidas no se siente, quizás no es porque esté ausente, sino porque esperamos mesías equivocados o adoramos ídolos limitados. Ídolos que, aunque puedan solucionar problemas parciales, son incapaces de responder a nuestra crisis más profunda: la crisis de sentido. La verdadera esperanza quizás comience cuando nos hacemos la pregunta correcta: no cuándo llegará la salvación, sino en qué y en quién confiamos para encontrarla.




