- El director, J. A. Bayona, tiene una capacidad especial para rodar catástrofes y sucesos terribles con un sentido de la puesta en escena admirable. La recreación de los aludes de nieve consigue transportar al espectador al interior del avión siniestrado.
- Se trata de una sabia combinación de aventuras y dilemas morales en su justa proporción, sin renunciar al efectismo de espectaculares imágenes panorámicas ni al inteligente retrato psicológico de los protagonistas.
- El hecho de que se conozca el feliz desenlace de la que se llamó Tragedia de los Andes no merma el interés por parte del público, que sigue sobrecogido el desarrollo sin caer por ello en la zozobra. Un respetuoso silencio acoge el final de la proyección.
- El rodaje tuvo lugar en Sierra Nevada, aunque después se trató digitalmente la escena para componer el fondo de los Andes chilenos como paisaje maravilloso.
- Los caracteres están logrados huyendo de arquetipos y lugares comunes tan previsibles; el libro homónimo de Pablo Vierci ha sido el punto de apoyo de los guionistas para atenerse a los hechos reales sin renunciar a la dramatización.
Sinopsis
La película recrea un episodio real acaecido en octubre de 1972 cuando un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya sufrió un accidente sobrevolando la cordillera de los Andes. Los supervivientes de aquella tragedia, jóvenes integrantes de un equipo de rugby, aguardaron más de dos meses la llegada de los equipos de rescate guareciéndose en el fuselaje de la aeronave y consumiendo carne humana hasta que dos de ellos dieron aviso de su peripecia tras atravesar a pie las montañas.
¿Por qué ver "La sociedad de la nieve"?
Para pensar
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La presencia de un sentido trascendente de la existencia humana sometida a la dura prueba de la supervivencia en un escenario hostil. Los protagonistas rezan, portan rosarios y medallas de santos, se plantean dudas morales sobre lo que están haciendo y, en última instancia, muestran fe en los momentos más adversos.
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La clave de la interpretación de la película (a ello alude el título) no es la fe sobrenatural, sino la compasión. Arturo Nogueira lo expresa de modo admirable antes de morir: frente al Dios del cielo inmutable, el Dios que se vale de los pies y de las manos de sus compañeros para sobrevivir. Los supervivientes se cuidan entre ellos en todo momento preocupándose los unos por los otros sin abandonar a nadie: se calientan los pies en medio de la tormenta de nieve, mastican para ablandar los pedacitos de carne antes de ponerlos en la boca de los enfermos, dan friegas de colonia contra las escaras… todos a una.
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Valores como la abnegación, el sacrificio (que va más allá de una condición espiritual para convertirse en algo físico) y el compañerismo afloran en los componentes de un equipo de rugby de un colegio católico sometido a una prueba durísima.
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Recientemente, un vídeo viral de un general del Ejército preguntaba por las cualidades imprescindibles para formar un grupo capaz de sobrevivir en los polos. Para sorpresa del auditorio, la condición más valiosa resultaba ser buena persona, capaz de anteponer los intereses del grupo a los propios en los momentos críticos. Queda de manifiesto en la película con una claridad pasmosa.
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La necesidad de que los cineastas españoles incluyan asesores religiosos cuando filman escenas de celebración de sacramentos: un sermón en octubre sobre las tentaciones en el desierto (propio de Cuaresma) chirría a quien tiene algún conocimiento sobre los tiempos litúrgicos; que, sentado, el pueblo aclame el final de la homilía con «anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección» empleado como respuesta tras la consagración, deja estupefacto. También el padrenuestro que rezan es la versión unificada que aprobaron todas las conferencias episcopales de habla hispana en 1988, casi un cuarto de siglo después del accidente aéreo, por lo que es más que probable que no rezaron esa versión.