- Porque es el arranque, brutal y provocador, de una serie que merece la pena por cómo nos enfrenta, sin piedad, con las contradicciones de nuestro mundo mediático.
- Porque no pierde el tiempo en largos rodeos. El formato de un solo capítulo de 45 minutos exige ir directo al grano. En ese sentido, el capítulo va tocando de manera directa temas como la presión de los medios, la imposibilidad de contener la información en este mundo híper-conectado, la volatilidad de la opinión pública o la pasividad de una sociedad enganchada a las pantallas.
- Porque los mejores actores del panorama de la televisión británica se van a ir dando el relevo en diferentes capítulos de la serie. En este caso, Rory Kinnear trasmite la angustia del primer ministro atrapado en un mundo de expectativas absurdas, y, sobre todo, Lindsay Duncan, como su asistenta, Alex, refleja lo implacable del poder dispuesto a lo que haga falta con tal de mantener sus privilegios.
- Porque no se anda con subterfugios. Esta es una serie para adultos, que exige no solo verla, sino reflexionar sobre los escenarios que plantea.
- Porque tras lo grotesco y transgresor del episodio del cerdo (que es intencionadamente estridente y desagradable) está una verdadera tesis sobre los límites de nuestra cultura.
