Reconozcamoslo: ¡hay misas aburridísimas! Pero estoy convencido de que la cosa no tiene que ver con la duración, sino con que, o bien no estén preparadas o bien sean recargadas. De hecho, hay eucaristías que duran mucho tiempo, pero te introducen de tal manera en el misterio que se pasan volando.
El problema viene cuando la misa no está preparada y se sale al paso con lo que hay. Y también cuando en ella hay un exceso de protagonismo por parte de quien no le corresponde. Sea porque el sacerdote quiere lucirse (o improvisar) una homilía larguísima, o con moniciones y glosas a cada una de las partes. O porque los que la han preparado, recargan la celebración con miles de gestos y de intervenciones para que todos puedan participar, que alargan hasta el infinito la celebración.
Y es que creo que hay algo que no acabamos de entender o de vivir y es el hecho de que en la Eucaristía participamos todos, independientemente de si presidimos, leemos, cantamos o hacemos algo. Es cierto que una celebración necesita de gente que se implique en ella, pero, no se trata de hacer muchas cosas, sino de vivirlo intensamente.
Cuando el sacerdote dice «orad hermanos». Está invitando precisamente a los fieles a que hagan esto, a que se introduzcan dentro de la celebración y levanten su corazón para que el protagonista sea Jesucristo y no él mismo, los cantores o los monaguillos. Pienso sinceramente que esto es algo que nos falta: creernos de verdad que en la Eucaristía participamos todos, independientemente de lo que «hagamos». Y dejar que sea Cristo el que haga a través de nosotros.



