Recuerdo mis años de Pastoral Juvenil como años de no parar: campamentos de verano, Camino de Santiago, voluntariados, vigilias de oración… Quizás por eso hoy, con mis casi 50 años, cada vez que me hablan de Pastoral Juvenil, se me ponen los pelos de punta. Me vienen a la cabeza la retahíla de cosas que hacía en aquellos años. Y me digo: ¿de verdad hay que hacer tanto? ¿Y si reducimos? Y entonces oigo: «es que es lo que llega a nuestros jóvenes». Y ahí me vuelvo a ver, reunida, organizando todas las actividades de siempre más las nuevas que se nos ocurran, a cuál más original y atractiva. Que nuestros jóvenes no se aburran, que no se despisten, que no se nos pierdan en esta carrera que hacemos para que no se marchen a otros lugares. Y yo termino quedándome pensativa, atendiendo al eco de las preguntas: ¿saben nuestros chicos «desde dónde» hacen lo que hacen? ¿Les hemos ayudado a que sepan dar razón de por qué, por ejemplo, hacen un voluntariado? ¿Nos hemos conformado con una Pastoral centrada en «la cantidad»?
Cuando me reúno con mi equipo para pensar en los jóvenes de nuestros entornos, siempre me pregunto si estaremos empezando la casa por el revés. En este «taburete de dos patas», estamos fortaleciendo más la pata del hacer que la del ser y, ya se sabe, los desequilibrios nunca terminan bien: te caes con todo el equipo.
Una pastoral muy activa tiene el riesgo de agotar a las personas que están al frente para evangelizar, y de agotar a aquellos para quienes se preparan las cosas. Y el peligro de este cansancio es el hartazgo.
Tanto «hacer» debe venir primero de un «ser». Es importante enseñar ese camino que nos lleva hacia dentro, hacia donde habita Él, desde donde entabla amistad con nosotros y nos descubre ese amor suyo tan incondicional. Sin ese descubrimiento, jamás brotará la alegría del que se siente amado de verdad y quiere devolver ese amor comprometiéndose con el mundo al que atienden los voluntariados, pero también al «casero», el del día a día, que no es menos importante. Y será un compromiso inagotable, porque no proviene del activismo, sino que nace de la gratitud.