¿Nunca te has encontrado con esos padres que van al entrenamiento, o al partido de sus hijos, y se comportan como verdaderos descerebrados? Gritan como si estuviera en juego una medalla olímpica. Convierten al entrenador de su hijo en enemigo porque no lo valora lo suficiente. Al árbitro en enemigo porque arbitra descaradamente en contra. Al resto de padres en enemigos, porque no tienen ni idea. A los chavales del otro equipo en enemigos –porque no entiende el concepto de rivalidad o de competición–. Y, si me apuras, al propio equipo de su hijo en enemigos también, porque cualquier equivocación será siempre culpa de los demás.
Y ¿al propio hijo? al propio hijo lo abochornan, a base de esa mezcla de exigencia, sobreprotección y actitud ridícula. Desgraciadamente no es excepcional ver ese tipo de actuaciones en las gradas. Más de una y de dos veces hemos visto padres que acaban a tortazo limpio. Y aunque en otras ocasiones no llegue la sangre al río, la prepotencia y desfachatez de muchos padres resulta enervante.
Por eso merece la pena escuchar a Frank Martin, entrenador jefe del equipo masculino de baloncesto de la Universidad de South Carolina, poniendo a los padres en su lugar.
Ojalá hubiera más gente así, con las cosas claras. Ojalá los padres lleguen a comprender que el deporte es, antes que nada, un camino para la educación de sus hijos, mucho más que para el triunfo a cualquier precio. Ojalá haya muchas personas conscientes de que nuestra actitud en el deporte es un espejo de nuestra manera de ser. Y ojalá haya más gente capaz de valorar el sacrificio y el esfuerzo de tantos entrenadores, árbitros y gente que consagran su tiempo, esfuerzo y talento a esa faceta menos vista de la educación, no porque quieran ganar a toda costa, sino porque sienten que el deporte es un camino para formar gente sólida.