Motivos para No ver el telediario que se esgrimen con bastante frecuencia. Total, es lo de siempre. Las mismas noticias, las mismas caras, los mismos titulares de siempre: que si los bancos tal; que ahora viene la sección de corruptos, que a ver qué dicen hoy de Trump, Merkel, Mariano, Pedro o el lucero del alba; que total, a mí solo me interesan los deportes. Que es que yo no soy mucho de seguir la actualidad, yo soy más de cosas espirituales; Que paso de política. Que ya me informo en Twitter, que es mucho más inmediato. Que me pone de mal humor. Que no estoy yo para perder el tiempo…
Pues, aunque me repatee, aunque a veces acabe indignado, aunque los telediarios no tengan demasiado criterio y pongan juntas la noticia de una hambruna y una convención de gastronomía para gourmets (que ocurre), creo que hay que hacerse el propósito de verlos. Al menos alguno. Con cierta regularidad. En la cadena que sea (la que más te guste, o la que menos te disguste). No por el telediario en sí, sino por la necesidad de seguir la actualidad. No vale decir que es que a mí no me interesa demasiado. No vale decir que como todo es tan rápido y fugaz yo ya me dedico a las verdades eternas y las dinámicas interiores. No vale darle la espalda a la vida diaria, considerando que uno está por encima de esas dinámicas colectivas que parecen pan y circo para ser utilizado en las redes sociales.
La fe nos pide estar en el mundo. Estar en el mundo es tener los pies en la tierra cotidiana. Asomarnos a los problemas de hombres y mujeres que pelean, cada día, por sobrevivir, por encontrar su lugar. Es zambullirnos en las tensiones, dinámicas y polémicas, de nuestra sociedad efervescente y alocada, para tener en ella una opinión. Es poder tener un ojo en el evangelio y el otro en la cultura, la sociedad, la economía o la política, para aprender a hacer las conexiones.
Quien dice ver el telediario, podría decir igualmente leer el periódico, o asomarte, de alguna forma, a las noticias. Pero lo que creo que es inexcusable, urgente y necesario, es seguir la actualidad. Con toda la carga y capacidad crítica que uno quiera, pero también con la conciencia de que esa misma actualidad es hoy el escenario más real de nuestro compromiso con la fe, la justicia y el evangelio.