Nadie dijo que la vida sea fácil, o que la vida feliz sea una vida sin problemas. Una de los grandes retos para todos los cristianos, es aceptar que nadie nos ahorra el sufrimiento, más bien todo lo contrario. Aunque juguemos otra liga y tengamos otras aspiraciones, no podemos eludir las reglas del mundo e incluso nos tenemos que someter a ellas, por muy injustas que puedan llegar a ser. Básicamente, a Jesús no solo no se le rebajó la pena por ser el Hijo de Dios, sino que supuso un problema mucho mayor.
En Poncio Pilato queda retratada la cara B del ser humano. Es poder hacer el bien y, sin embargo, no querer; es la justicia arbitraria; es la belleza que se olvida de la verdad a la que debe de dar forma; y es la contradicción del poder que se sirve a sí mismo en vez de servir a los pobres y olvidados. Seamos o no cristianos, debemos aceptar que hay estructuras sociales que condicionan nuestra vida, unas veces para bien y otras generando pecado, dolor y muerte. Y si tuviéramos que buscar responsables de cómo funcionan dichas estructuras, en cierta medida seríamos todos y cada uno de nosotros, con lo bueno y con lo malo.
El Evangelio está sostenido por Dios, pero condicionado por los vaivenes de la libertad humana. Nuestro horizonte apunta al Reino de Dios, sin embargo no por ello podemos esquivar las reglas del mundo y vivir como si no fueran con nosotros. Al fin y al cabo, Dios decide tomar partido por la realidad, no crea un mundo paralelo al margen del pecado y la destrucción, su apuesta es por este mundo roto, con todas las consecuencias.
En nuestra mano está pensar cómo nos posicionamos ante las estructuras y las dinámicas del mundo, como cómplices que se lavan las manos, o como ciudadanos valientes que se niegan a mirar para otro lado.