Soy pesimista. Es imposible que los jóvenes maduremos antes de los 30. Y no lo digo con orgullo (y pido disculpas a los que se puedan sentir interpelados). Es una desgracia para todos, también para las generaciones mayores a nosotros.
Es imposible, no porque no haya motivos para serlo, o porque no haya mucha gente tratando de madurar a trompicones y empujones (buscando un trabajo digno, tratando de independizarse o aprendiendo a ejercer los cuidados), sino porque la sociedad ha caído en bloque en el infantilismo.
La propia gestión de la pandemia, especialmente los últimos meses, da buena cuenta de ello: ya no se explica al ciudadano cómo van las cosas, sino que simplemente se imponen o levantan restricciones según toque (a veces con datos en mano, otras veces con intereses políticos de por medio). Como cuando tu madre te dejaba sin salir un fin de semana y tú no tenías más remedio que obedecer o exponerte a nuevos castigos.
Digo que somos una sociedad infantilizada al hilo del último anuncio que ha realizado la Organización de las Naciones Unidas. Con técnicas de Efectos Audiovisuales se representa a un dinosaurio sermoneando a toda la cámara de los diplomáticos (se me ocurren varias maldades al respecto de dinosaurios que gobiernan, pero seré constructivo): «no seáis tan estúpidos como para extinguiros». Como broma está bien, pero el tema tratado es importante y la ONU no debe ser el lugar para experimentar con el marketing.
Con la crisis energética en ciernes, la crisis climática sin resolver y las tasas de inflación mundial disparándose semana a semana, a lo mejor las Naciones Unidas deberían centrar esfuerzos en proponer alternativas prácticas y realizables a corto plazo. De ello depende no solo el planeta, también el sustento de tanta gente: del campo, de la industria.
Se acerca el invierno y no queremos que nos gobiernen ni dinosaurios, ni dibujos animados.
La nota constructiva de este post es que estos días estoy viendo a muchos jóvenes que sí quieren ser, vivir y pensar como personas adultas y comprometidas. Cuando llega el invierno, también quiere decir que queda menos para la primavera.