Yo, pecador

Señor,

cuando me encierro en mí,

no existe nada:

ni tu cielo y tus montes,

tus vientos y tus mares;

ni tu sol,

ni la lluvia de estrellas.

Ni existen los demás

ni existes Tú,

ni existo yo.

A fuerza de pensarme, me destruyo.

Y una oscura soledad me envuelve,

y no veo nada

y no oigo nada.

 

Cúrame, Señor, cúrame por dentro,

como a los ciegos, mudos y leprosos,

que te presentaban.

Yo me presento.

Cúrame el corazón, de donde sale,

lo que otros padecen

y donde llevo mudo y reprimido

el amor tuyo, que les debo.

Despiértame, Señor, de este coma profundo,

que es amarme por encima de todo.

 

Que yo vuelva a ver

a verte, a verles,

a ver tus cosas

a ver tu vida,

a ver tus hijos…

Y que empiece a hablar,

como los niños,

-balbuceando-,

las dos palabras más redondas

de la vida:

 

¡PADRE NUESTRO!

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