Pentecostés

Eres, Señor, inundación, 

eres derroche.

Como una linfa silenciosa empapas

todo lo que es y lo que somos.

Eres un Dios vertido.

Déjame recogerte;

como pepitas de oro cribarte en las arenas

del río de la vida.

 

Que yo te busque, te halle y te regale,

como oro escondido, que no es mío;

es de todos.

 

No permitas, Señor, que Te acaudale,

Te reserve y Te guarde.

Que no me satisfaga

el cuidarte y limpiarte

como pieza curiosa de un museo

para el turismo humano…

 

Enséñame a perderme. Y que me pierda.

Dispón de lo que es Tuyo.

Viérteme donde quieras,

Señor, con tus dos manos.

Siémbrame, sin medida, a tu voleo.

Que no me guarde, trigo, sin pudrirme

y sin dejar espiga, que engrose tu granero.

Que del pan, que Tú eres y me haces,

se han de saciar miles de hambres…

 

Tomad Señor, lo que me diste

y lo más Tuyo y mío: mi poder decidir sobre mí mismo.

Decido ser amor

y gracia como Tú.

¡Esto me basta! 

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