Señor,
Ayúdame a amar la simpleza
de las cosas simples;
la sencillez del tiempo ordinario,
la lentitud de lo cotidiano,
lo aburrido de la rutina,
la amargura de la paciencia,
la aridez de la simplicidad
y las planicies de las vidas llanas.
Ayúdame, Jesús, a encontrarte
en el polvo de mis días,
en lo que no es amable de mi vida,
en lo nublado de mis desesperanzas,
en el la hora que nunca llega,
en la voz que ya no canta,
en los ojos que ya no brillan,
en las caricias que ya no abrazan,
en las palabras que nunca alcanzan.
Deseo encontrarte en la pobreza del pesebre
y en el silencio callado de Belén,
en la humildad de mis intentos
y en la pequeñez
de tu vida oculta en Nazaret;
Hazme comprender enteramente que
donde parece que no pasa nada,
es donde me juego mi días.
Que pueda inclinarme reverente
ante el misterio inefable de la vida,
esta vida que no es fácil, sino bella,
porque solamente Tú la haces bella.
Amén