Para mí el verdadero protagonista de la primera película Frozen es Olaf. Y no porque se trate de un muñeco de nieve muy simpático (que también), sino porque creo que, detrás de esta primera capa graciosa de este personaje, se encuentran muchas de las luchas y de las claves con las que tenemos que vivir nuestra vida.

En primer lugar, Olaf es un ser de contradicciones. Es un muñeco de nieve que ama el verano, el sol y las cosas calentitas. Así lo expresa en algunas de las frases de su canción sobre el verano: «habrá una brisa cálida en un frío asolador», «frío y calor se habrán conocido, ponerlos juntos tiene sentido», «haré lo que quiera que haga la nieve en verano». Al escuchar estas letras y ver a un muñeco de nieve tostándose al sol, todos nos sonreímos porque sabemos que se trata de algo que no puede ser. Sin embargo, si miramos nuestra vida, nos daremos cuenta de que en realidad no somos muy distintos de Olaf. Puesto que todos queremos tener una cosa y la contraria a la vez, queremos evitar decidir entre dos opuestos, y sobre todo nos aterra la idea de renunciar a algo. En el fondo, nos encantaría poder afrontar nuestra vida como muñecos de nieve en una isla calurosa. Pero nosotros actuamos y deseamos así a veces por inconsciencia (como el pobre Olaf) y a veces conscientemente, cosa que nos frustra o nos hace vivir desgarrados.

En segundo lugar, Olaf es un ser que se entrega por entero y sin reservas. Si lo pensamos un poco, este muñeco de nieve se ofrece para ayudar en una misión que puede acabar con él. Olaf debe ayudar a Anna y a Kristoff a encontrar a Elsa para que esta última les devuelva el verano. Es verdad que Olaf quizá lo hace de un modo inconsciente e ingenuo, pero lo cierto es que, de alguna manera intuye que su misión entraña el riesgo de poner en peligro su existencia, o acabar con ella. Salvadas las distancias, esto fue en el fondo lo que hizo Jesús, quien se entregó por entero y totalmente a los hombres, hasta el punto de dar su vida por ellos. Y, en definitiva, a esto es a lo que estamos llamados los cristianos, a entregar nuestra vida por los demás, sabiendo que esto no siempre será fácil ni gratificante, sino que a veces requerirá de un esfuerzo por nuestra parte y encontrará la oposición de personas y estructuras. Precisamente en este punto, creo que Olaf también tiene algo que decirnos, puesto que muchas veces entendemos y presentarnos esta entrega de la vida de los cristianos como algo solemne, serio y aburrido, y sin embargo, la sonrisa de Olaf nos muestra que la entrega de los seguidores de Jesús puede (y debe) estar marcada por la alegría.

En tercer y último lugar, Olaf es un ser que nos enseña que a veces las cosas no son lo que pensamos desde nuestro excesivo realismo, ni tampoco tienen por qué tener el desenlace negativo que les presuponemos. Al final de la primera película, después de haber ayudado a sus amigos en su misión y de casi derretirse en el intento… Olaf por fin consigue poder vivir en verano, aunque sea desde unas condiciones muy particulares. Quizá algunos miren esta escena como un alegato de que, si te empeñas, puedes tenerlo todo sin renunciar a nada. Pero, personalmente prefiero enfrentarme a ella desde las claves cristianas de la entrega y de la resurrección. El Olaf que puede vivir en su isla después de haber cumplido su misión con sus amigos, puede aludir de algún modo al Resucitado que, después de morir, vuelve a encontrarse con sus discípulos de un modo que es también particular. Así, este Olaf final en la playa, nos recuerda que muchas cosas no son lo que parecen, y que, pese a que a veces dé la impresión de que el mal, la frustración, el sufrimiento o la enfermedad tienen la última palabra en nuestra vida, lo cierto es que habrá un día en que el frío y el calor se conocerán sin ponerse en peligro el uno al otro.

Este último punto forma parte de nuestra fe y de nuestra esperanza, pero los dos anteriores son parte de nuestra vida. Así que, toca asumir que somos seres de contradicciones (y lidiar con ello). Y también afrontar que, si nuestro seguimiento de Jesús es verdadero, puede ser que corramos el peligro de derretirnos. La cosa es afrontarlo sin perder esa alegría profunda que tiene su raíz en el Evangelio.

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