No sabremos aún con quién podremos celebrar la Navidad. Pero seguro que no faltará a su cita Solo en casa, la película de Macaulay Culkin de los 90, auténtico clásico de la Navidad. Castigado por liarla constantemente, su familia se olvida de él para su viaje a Europa. Para el chaval de ocho años, un deseo cumplido: por fin podrá hacer lo que le dé la gana y jugar a ser mayor (la escena del aftershave es mítica). Todo un lujo… hasta que aparece la amenaza: dos ladrones planean robar la casa. El crío se defiende. Pero cada día deambula solo por la ciudad. Levanta la vista y ve por una ventana una familia, unida y feliz. Nostalgia (suena Somewhere in my memory). Algo le lleva a la iglesia. Se confiesa (más o menos). Y sale lo que tenía que salir: por más que nunca lo haya dicho, él quiere a su familia; necesita a su madre; quiere que vuelva… (se oye Star of Bethlehem –¡otro clasicazo!–: el Rey de Reyes, humilde en un pesebre, nace nuestro amigo en todas las pruebas…).

Adventum. Dios ha venido. Dios estuvo por casa. Y los que creen que está vivo, esperan, porque saben que volverá. Adviento es ese espacio que se abre entre la memoria y el porvenir. Adviento es este estar solo en casa: un día estuvo Dios por aquí y le cambió la cara al mundo, le dio rostro a la comunión; y al otro se marchó, con la promesa de que volverá. Y aquí nos quedamos, esperando –nostálgicos, a veces amenazados– ¡Pero hace tanto ya! Tanto, que muchos han dejado de pensar que un día volverá (oye, tampoco se está tan mal, solo en casa); algunos han dejado de creer incluso que exista (porque ¿quién tiene que volver?); no pocos han olvidado el rostro que tiene Dios. En una encuesta de hace unos años, el 30% de los europeos se decía ateo o agnóstico; un 35% creía en alguna forma de poder superior y un 35% –tantos, o solo– creía en un Dios personal, en un Dios vivo.

¿Solos en casa? ¿Solos, aguardando? Hoy el mundo espera: espera vacunas, espera reencuentros, espera viajar. Como nunca se hace consciente del peligro de la soledad, de la distancia, de la gente que nos faltará. ¿Qué tal si los cristianos contribuimos con nuestra manera de esperar? Porque el optimismo, así a secas, a nosotros se nos queda corto. La esperanza, la auténtica, la del Adviento, nos habla de otro modo de vivir la realidad: un día Dios estuvo por casa y un día volverá. Lo del medio no es tanto soledad: es vivir el tiempo, en la cercanía de la eternidad.

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