Aunque lo hemos visto muchas veces, se trata de un cuadro de gran tamaño, donde los colores son vivos y transmiten la potencia de la fe cristiana. Y sobre todo, resalta algo tan propio como necesario: la misericordia. Esa experiencia de cada ser humano de sentirse infinitamente abrazado por un Dios Padre que nos ama a pesar de nuestras fragilidades y nuestras equivocaciones. Una obra que trasciende el tiempo y las culturas, porque ese hijo menor podríamos ser, y de hecho lo somos, cada uno de nosotros.




