Aunque lo hemos visto muchas veces, se trata de un cuadro de gran tamaño, donde los colores son vivos y transmiten la potencia de la fe cristiana. Y sobre todo, resalta algo tan propio como necesario: la misericordia. Esa experiencia de cada ser humano de sentirse infinitamente abrazado por un Dios Padre que nos ama a pesar de nuestras fragilidades y nuestras equivocaciones. Una obra que trasciende el tiempo y las culturas, porque ese hijo menor podríamos ser, y de hecho lo somos, cada uno de nosotros.

Año

1622

Autor

Rembrandt

Localización

Museo del Hermitage de San Petersburgo

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