«Estudiar ayuda a tener la mente despierta», dice Luis Martín, quien ha conseguido el título de Bachillerato a la edad de 87 años. «A los 72 años comencé a darme cuenta de que estaba perdiendo la memoria. Decidí volver a estudiar». Han sido, años de estudio interrumpido por varios motivos, entre ellos el cuidado de su nieto y el coronavirus, que lo llevó a estar ingresado. Pero no cejó nunca en su objetivo. A dos o tres asignaturas por año y presencial, en horario nocturno. El ejemplo de un hombre tras un sueño que, finalmente, vio cumplido.

En estos días mis alumnos se han examinado de Selectividad. He sido testigo directo de sus nervios, lágrimas, rostros ojerosos de noches sin dormir y del miedo a no obtener la nota para entrar en la carrera que ansían. Y no asumir que esto es necesario, que el sacrificio y el tesón aquí juegan un papel importante, conlleva a frustraciones que, o las gestionan los papás para que sus niños no sufran (y, por tanto, no aprendan), o aprenden ellos a gestionarlas para aterrizar a la vida de verdad.

En los tiempos de premura que vivimos, la paciencia y la espera se quedaron anticuadas. Hay un dicho popular que dice: «más corre el galgo que el mastín; pero si el camino es largo, más corre el mastín que el galgo». Pues bien, esta juventud de nuestro presente prefiere ser galgo a mastín. Están convencidos de que basta con querer algo para ya tener derecho a conseguirlo. Entienden mal eso de que «querer es poder», porque pasan por alto esa verdad de que, entre el querer y el poder, hay un camino de subidas, bajadas, sudores, dudas, cansancio y, muchas veces, lucha contra uno mismo.

Otra cosa de la que estoy convencida es de que los sueños requieren conciencia. La vida te enseña que tener un sueño no quiere decir que se cumpla. O no al momento. Siempre les digo a mis alumnos que hay que tener un sueño, pero que también hay que tener un plan B. Y ese plan B se construye manteniendo la mente abierta a otras posibilidades que no habías contemplado, pero que están ahí. Esto implica mantenerse conscientes, despiertos, abiertos a lo que pueda ser. A veces, bajo esos sueños de forma y tamaño determinado, late un deseo más grande que puede ser saciado de otra forma que, quizás, sea la adecuada para uno. Por eso hay que mantenerse en actitud de escucha. La vida (aunque, en mi caso, yo diría Dios) finalmente responde a esos sueños forjados con empeño y trabajo, y te coloca donde estás llamado a estar, de eso estoy convencida porque así lo he vivido. Pero, claro, uno no debe sentarse a esperar. Caminar, actuar y confiar han sido la clave para mí. Y desde esta humilde experiencia de vida trato de hacer entender a mis alumnos que los deseos y sueños solo echan raíces sobre terrenos regados de responsabilidad y labranza.

Decía santa Teresa que había que ir por la vida «con determinada determinación». Ojalá nuestros chicos así lo entendieran. Pero, claro, de esta manera también tenemos que entenderlo los adultos, que andamos moviéndonos entre la impaciencia y la inmediatez. Paremos, respiremos, miremos a nuestro alrededor y contemplemos. Ninguna primavera llega sin haber atravesado todo un otoño y un invierno. Así también en la vida. Y mientras hay vida, hay esperanza. Nunca es tarde para nada por lo que uno esté dispuesto a batallar.

Te puede interesar